La puerta cerrada;
una gruesa madera tallada;
un llamador de hierro, visible.
Paulatinamente, abriéndose;
sin golpes, sin reclamos.
Un llamador inmóvil; inservible.
A movimientos lentos y robustos,
la puerta desliza su hoja hacia la apertura.
No se percibe.
Silenciosa y decidida.
Al otro lado, un espacio sagrado y personal;
un lugar íntimo y delicado.
Un acceso restringido.
La puerta sabe; la puerta siente.
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